viernes, 13 de marzo de 2020

Ramon Carrillo y la Tercera Guerra Mundial: Psicológica (medios) y Biológica (laboratorios)

¿Cual será la forma tecnológica en que se dirima la actual contienda comercial entre los dos principales bloques mundiales? EEUU y China se enfrentan en una guerra silenciosa por la supremacia comercial mundial.

Pero no es una época donde se haga honor a la declaración oficial de hostilidades. Las agresiones son solapadas y sutíles, por medios ultra tecnologizados, genéticos y psiquicos.

¿No era justo este año cuando China podía demostrar su defenitiva supremacia tecnológica con el lanzamiento del 5G?

¿Estaremos en las postrimerías de una guerra transgénica que ataca la salud humana desde las investigaciones genéticas de los grandes laboratorios vinculados al complejo militar industrial?

¿No será la combinación de los grandes medios de comunicación con los laboratorios, los que se encargan en cadena internacional de difundir la paranoia, lo que genera una verdadera pandemia de paranoia social?


Ramon Carrillo estudió la Guerra Psicológica. Me parece pertinente compartir en estos momentos algunos de sus párrafos del curso que dictara en la Secretaría de Inteligencia en 1950 para el gobierno del Gral. Perón a pocos años de concluída la Segunda Guerra Mundial.

Los efectos psicosociales de la guerra

No tengo por qué añadir nada a este respecto. La hora que vive el mundo ¿qué es, en resumen más que una tremenda y científicamente planeada "guerra psicológica"?

Para lograr la mayor eficiencia de la nueva arma, hay que llegar hasta el fondo del ser humano, partiendo asimismo del conocimiento de los efectos psicosociales que produce la guerra en toda colectividad. Como nunca, en efecto, hay que tener en cuenta en tal circunstancia, que es de suyo anormal y desordenada, en qué forma adquieren una primacía fundamental en la vida del ser, la necesidad y los instintos. Aquélla se agudiza al extremo; éstos, en sus tres conceptos, que son: conservación, reproducción y sociabilidad, se subvierten de modo casi integral, de tal manera que necesidad e instinto son pasibles de nuevos procesos que hay que adaptar y ajustar; esto corresponde tanto a los hombres de ciencia como a los conductores militares. En una palabra, al ini­ciarse la guerra, simultáneamente se produce un verdadero des­equilibrio psicológico en el hombre y por ende, en la colectividad.

Desorden social causado por la guerra

Es indiscutible que el estado bélico produce en los pueblos un desajuste psicológico total en lo que tiene atinencia con los instintos. Los hombres y los pueblos reaccionan de modo distinto al de las épocas de paz o normales. La guerra cambia toda la organización social, la transforma y le da nuevo sentido y otro rumbo. El trastrueque es radical y, por lo tanto, las reacciones psicológicas son también absolutamente distintas. A nuevas situa­ciones individuales y colectivas, nuevas situaciones sociales, afec­tivas, legales, de vida, en fin.

Aparentemente, el orden social anterior sigue intacto, aun­que se mantenga bajo normas diferentes por la autoridad mili­tar. Pero el sistema de vida y el de toda actividad, en todos los sectores, es totalmente distinto. Así como toda la actividad pro­ductiva, industrial, económica y técnica de la Nación está en­derezada a respaldar a sus ejércitos, así también la actividad in­tegral del hombre, combatiente o no, está dirigida a un nuevo fin. El trastorno, dicho elementalmente, es inmenso y el desorden del viejo orden incomparablemente mayor. ¿Cómo, entonces, no va a gravitar todo ello en forma decisiva sobre los pueblos en guerra?

Los efectos psicológicos de la guerra

En una palabra: las distintas etapas por las que atraviesa durante la contienda bélica el régimen de vida social traen, como conse­cuencia, un cambio fundamental en las actividades normales del hombre. El primer efecto de ello se evidencia en la destrucción de la vida afectiva: los hábitos adquiridos cesan, los vínculos familiares se distorsionan, las amistades se interrumpen, las con­vicciones políticas y las mismas creencias religiosas se truecan — o se agudizan, que es lo mismo.

Vale repetir: la guerra trastrueca todos los vínculos del hombre y el resultado lógico de ello es un estado particular en la población que se traduce en una desconfianza recíproca co­lectiva, especialmente en los primeros tiempos.

Efectos psicológicos inmediatos y mediatos

Ahora vamos a referirnos a los efectos psicológicos puros;los hay inmediatos y mediatos. Los primeros son los siguientes: la población, ante el hecho bélico que importa un trastrueque en su orden de vida, sufre una especie de neurosis colectiva, es decir, de leve desequilibrio mental. Como consecuencia de ese desequilibrio, los más débiles se transforman rápidamente en alienados y semialienados, a tal extremo que se puede afirmar sin ambages que una población que entra en guerra llega a tener un porcentaje del 10% de desequilibrados.

Todo aquel que tiene una condición psicológica congénita­mente débil cae, inmediatamente, en un estado de neurosis. Más aun, el solo anuncio de una guerra llena los hospitales de aliena­dos.

Los más "fuertes", en cambio, que constituyen el 90% res­tante, no caen en ese estado; pero sufren a su vez de un estado particular de ansiedad, dominante en los sanos. Ese estado de ansiedad es determinado por la incertidumbre.

Un tercer efecto es el siguiente: todos los seres regresan a los sentimientos más primarios porque ya aparecen los elementos básicos de la guerra psicológica que empiezan a señalarse cada vez más nítidamente. Una parte de ese 90 % sale de los lí­mites de la ansiedad y entra en los del temor, que también evolu­ciona por diferentes etapas —que luego veremos detalladamente— hasta llegar al pánico. Asimismo del estado de ansiedad, otra parte del 90%, por otras etapas pasa al estado de rabia, que es el arma psicológica para la agresión; y de la rabia al furor. Otro estado es el de elación. Baste decir ahora que todo ello prepara el terreno para que en la población —individual y colec­tivamente considerada— se produzcan reacciones imprevistas.

Hay un cuarto efecto: una parte de la población —calcúlase en un 6%— aparentemente permanece impasible; no tiene an­siedad, ni preocupaciones, ni incertidumbre. Ese 6%, sin embargo, es el más peligroso, porque se halla en un proceso psicológico que se llama del "todo o nada". El hombre no actúa, pero brusca e imprevistamente reacciona con violencia y en un instante descarga todo su furor. Aquí no hay etapas intermedias y previsibles que valgan.

El quinto efecto es el siguiente. A medida que pasa el tiempo en la guerra los hombres se despersonalizan, lo que constituye una agresión a la personalidad humana. ¿Por qué se "desperso­nalizan"? Sencillamente, porque las normas militares, forzosamente, son iguales para todos. No interesa lo que el hombre ha sido antes, sino lo que debe ser a los fines de la guerra. La organi­zación bélica absorbe todo y a todos. Esta despersonalización trae como consecuencia una cantidad de desadaptados que con rapidez pasan a ser elementos de perturbación, aún dentro del ejército. Esos son los que hay que eliminar de allí, y con presteza, y neutralizar afuera, por­que son focos de indisciplina, de desorientación y de contagio.

El sexto y último de los efectos psicológicos inmediatos consiste en la mutación brusca de funciones individuales a las que ya nos hemos referido y que determinan en el estado de guerra una inversión o desajuste serio de la vida social y de la moral colectiva.

Todos estos efectos, repetimos, son inmediatos y se producen en la población apenas iniciada la guerra.

La vida en clima de guerra

Pero vamos a la etapa crónica. La guerra se ha prolongado y el ejército ha conseguido el ajuste psicológico necesario para que la población afronte la situación en las mejores condiciones. Se ha trabajado, por la autoridad militar y médica, minuciosa­mente; se ha eliminado a los desadaptados y se ha reeducado en tal forma a la población, que puede vivir, diríamos así, "normalmente" en la guerra.

¿Qué efectos se producen en ese nuevo estado? El primero es la fatiga. La población cae en la indiferencia y en la falta de entusiasmo. La gente ya no siente preocupaciones. El "qué me importa", el "qué-me-importismo" aparece nítidamente, como muy bien lo describe Mira y López en su Psiquiatría de Guerra, que es una de las fuentes de mi información. Pero, no obstan­te, la población en tal estado puede ser recuperada.

El segundo efecto es más grave: y es el del estupor, estado irreversible. El individuo no reacciona ante nada. Estamos, pues, ante la población vencida. En una palabra: es imposible mantener la estructura social, moral y psicológica de la colectividad.

En síntesis, los efectos psicológicos inmediatos son:

1º, aparición de desequilibrios mentales; 2º, ansiedad e in­certidumbre; 3º, regresión al temor y a la rabia; 4º, reacciones violentas imprevistas; 5º, despersonalización; 6º, mutación o in­versión de las jerarquías.

Los efectos psicológicos mediatos producidos por la guerra crónica son: la fatiga y el estupor


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